El tan mencionado bono cultural joven (BJC), consiste en un programa de ayudas para aquellas personas que cumplen 18 años en 2022. Podrán destinar el importe a la adquisición de productos, servicios y actividades culturales, tanto públicos como privados, con las limitaciones económicas previstas y que sean adquiridos exclusivamente en entidades adheridas al programa. Este defiende tener «como primer objetivo facilitar el acceso universal y diversificado de los jóvenes a la cultura, afianzar hábitos y crear nuevos públicos.” según declara públicamente el Ejecutivo presidido por Pedro Sánchez. Aunque, muy universal no es, todo lo contrario, es de lo más selectivo.
Si yo hubiera cumplido la mayoría de edad el año pasado o cualquier año que no fuera este 2022 me sentiría agraviado. Es más, una amiga de un año mayor me preguntaba porque yo sí y ella no. También me cuestiono qué voy a hacer con ese dinero caído del cielo, bueno y no solo yo, sino que va a hacer el resto, la mayoría en algunos casos sin criterio cultural. Hay que admitir que es una edad complicada. El otro día un individuo subía a sus Stories de Instagram una imagen de la Play 4, y añadía “La vendo nueva, comprada con el bono cultural”. Me entró un escalofrío, de solo pensar hasta qué punto se puede tener algo bajo control.
Esta situación me ha recordado y no he podido evitar compararla con Los Ludi, estas eran fiestas romanas, ese día no se trabajaba y podía participar todo el que quisiese. La proliferación de estos juegos era buena para los políticos ya que mientras el pueblo estaba entretenido ellos hacían y deshacían a su antojo y, para el pueblo esta era la única forma de divertirse y olvidar por un rato sus miserias. Los gastos para la celebración de Los Ludi corrían a cargo del erario público, pero, en ocasiones cuando no era suficiente para sufragarlos, algunos magistrados con inquietudes por ganarse el favor del pueblo y con interesadas intenciones, patrocinaban con su fortuna privada los espectáculos derrochando ingentes cantidades de dinero que le hacían famoso y querido ya que suponía la entrada gratuita para todos los asistentes. Lo antedicho puede definirse como marketing electoral.
¿Es realmente necesario el BCJ? ¿Dinamiza sectores culturales castigados por la pandemia? Creo que este es un acto de política, arriesgado e innecesario en estos tiempos tan peligrosos, donde la economía pública necesita criterio.